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El origen del turismo en la Vall de Pop

"La culpa fue de los alemanes"

Con ellos se inició en Xaló la transformación del Cup de Bèrnia en Casa Aleluya, un hito que marcó la eclosión del turismo en la Vall de Pop

LLUÍS PONS/10/01/23                 

 

Como suele pasar con casi todo lo que trasciende en esta vieja Europa, la culpa fue, una vez más, de los alemanes. En esta ocasión, de aquellos en formato turista que en los setenta empezaron a invadir el litoral de la comarca seducidos por la propuesta de sol y playa. Los mismos que, poco a poco, fueron adentrándose hacia el interior de la Marina Alta para descubrir un mundo más recóndito, más rural y sosegado, pero no menos encantador, y en el que además se podía disfrutar de un caldo cálido y tinto como la sangre, único, vigorizante en su justa medida, que les servía de alternativa a la refrescante “rubia”, fría y con espuma. Uno de aquellos primeros destinos fue Xaló, en la Vall de Pop, que arrancaba la década de los setenta con poco más de 1.700 habitantes, en plena decadencia poblacional, muy lejos de los 3.220 -prácticamente el doble- que registraba a mitad del siglo XIX, en pleno fulgor de la pansa.

Juan Mengual, de Casa Aleluya, pionero del turismo de la Vall de Pop.

El tramo principal de acceso al municipio, junto a la ribera del Río Gorgos -o Xaló-, constituía entonces el Pla de la Sèquia, topónimo que hace muy poco ha regresado para dar nombre de nuevo al principal foco turístico y comercial del valle. En el último tercio del siglo XX constituyó la zona industrial por excelencia del municipio xalonero. Allí se alzaron tejerías, hornos, lavaderos, almacenes de pansa y almedras, un matadero,…

Y en uno de esos edificios, concretamente en el conocido como el Cono, construido antes del siglo XIX, fue donde estalló la revolución del turismo. Según cuenta Juan Giner, ex cronista oficial de la villa, en un extenso estudio dedicado a los edificios del Pla, el Cono, que mandó levantar la Duquesa de Almodóvar, fue “el edificio civil más espléndido del sector” de aquella época. “Disponía de cuatro o cinco cups, varias prensas de madera y barriles en forma de cono -lo que dio nombre al local- para la conservación del vino”. El immueble tuvo muchos usos, todos ellos vinculados a la industria y economía del momento, como el vino, la uva pasa, el cultivo del moscatel, de almacén, e incluso de cochera.

Y como en toda buena historia, siempre asoma algún protagonista que le da vida, en este caso dos. Antes de los setenta el Cono cayó en manos de Jaime González, un pied-noir (como se denominada popularmente a los naturales de Argelia mientras fue colonia francesa) que lo transformó en una especie de bar taberna, muy rudimentario, pero que se llenó muy pronto de ambiente. El Señor González, como se le recuerda en Xaló, resultó un visionario y un pionero del turismo en el valle. Fueron sonadas sus fiestas en aquel centro, al que denominó Cup de Bèrnia, donde apenas se servían como aperitivos unas almendras, pasas, o embutido con pan y buen aceite -en principio el local no tenía ni cocina-. Pero eso si, no faltaba vino del terreno, y del bueno. Incluso llegó a organizar algunos bailes en verano frente al bar, en un recinto que habilitaba junto en el espacio que hoy ocupa la Tourist Info. Aquello suscitó una gran expectación, tanto desde puertas de adentro como hacia afuera.

El plan del Señor González duró apenas unos años, porque decidió marcharse a Francia. Justo en ese momento, a mitad de los setenta, desde ese mismo país vecino regresaba un inmigrante xalonero, Juan Mengual, al que le había ido bien la aventura lejos de su casa y decidió invertir en la compra de este immueble.

El impulso que le dio Mengual al negocio fue tan fulgurante como definitivo, y tan ingenioso como para transformar el Cup de Bèrnia en Casa Aleluya. “La culpa fue de los alemanes”, recuerda con mucho afecto, “porque venían aqui a beber y beber vino hasta emborrarcharse, y venga de decir Aleluya Aleluya, y yo luego les contestaba con Aleluya Aleluya, y al final fue así como se quedó el nombre: Casa Aleluya”.

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LA HORA DEL ALELUYA SHOW

 

Mengual, que como cabía esperar adquirió pronto el sobrenombre de Aleluya, siguió la línea de su predecesor, tal vez corregida y aumentada por su carácter tan peculiar como pintoresco con el que encandiló a su clientela, sobre todo a aquellos primeros turistas europeos que asomaban por el interior. Aún hoy, a la puerta de los ochenta años, Aleluya sigue derrochando el mismo entusiasmo y ganas de pasarlo bien con sus clientes que desde el primer día. Quizás por eso la profesión no le ha pasado factura. “He trabajado mucho, mucho, pero también lo he pasado bien haciendo divertirse a la gente”, resume.

Se podría decir aquello de que le pasa como al vino, que mejora con los años. De hecho, no ha perdido un ápice de vigor y destreza que aún pone de manifiesto en su momento que titula Aleluya Show. Lo sitúa cuando el local -ahora convertido en un acreditado restaurante que regenta su hija Josbel- está repleto y ambientado. Entonces hace sonar una campana para llamar la atención de los clientes y empina la bota para verter el vino desde su frente hasta alcanzar la boca por un reguero que bordea hábilmente su nariz. Y que después, por aquello del más difícil todavía, desvía por otro trazado abierto en la otra vertiente de la nariz, e incluso por un tercer canal que descubre por encima de ella. El vino -tinto de garnacha que él mismo cultiva- acaba hundiéndose entre sus labios hasta por tres frentes distintos y sin que se pierda una sola gota, lo que provoca el júbilo de la clientela. “Empecé poco a poco, y cada vez subiendo más arriba, hasta que aprendí, pero después de mancharme muchas y muchas camisas”, recuerda con ocurrencia.

La estampa de Mengual echándose el vino sobre el rostro ha recorrido el mundo entero en imágenes, y otras incluso plasmadas en alguna que otra pintura como la que se expone en el local. “Soy internacional”, admite este pionero del turismo de interior. “Empecé con el negocio cuando no había nadie, y si alguien quería comer una paella tenía que venir aquí”, señala. “Aquí se han hecho muchas fiestas y buenas, incluso bodas, y han venido artistas muy buenos a actuar”, concluye este confeso enamorado de la música. Como reconocimiento a su trayectoria, la Asociación Turístico Empresarial Tot Vall de Pop le ha nombró Torraor de Honor para su edición de la Feria del Embutido y el Producto Tradicional de 2022.

Uno de los pilares del éxito del negocio reside en el propio edificio, en el que la familia ha sabido respectar la estructura original, con esas tres arcadas que dividen las estancias, la fachada, los acabados en piedra, y otros tantos detalles decorativos -como una torre con campana- que le dan un completo aire rural y mediterráneo al conjunto.

EL ORIGEN DE LA MILLA DE ORO

Aquellos años setenta supuso el arranque de la reconversión socio-económica de Xaló, que continuó durante décadas hasta hoy al mismo ritmo que el Pla de la Sèquia se iba convirtiendo en referente comercial y turístico de la Vall de Pop. Ahora se conoce popularmente como la Milla de Oro, por aquello de la prosperidad de sus negocios. En los orígenes de este entorno se asentaron las Bodegas Xaló -con más de cincuenta años- y surgió el centro comercial la Teulera -que hace alusión a los usos de antiguos edificios-, se instaló estratégicamente la Tourist Info y la firma Masymas construyó el primer supermercado del valle, entre otras iniciativas. En el extremo más próximo al centro urbano asoma La Vicentica, una reputada panadería y pastelería que atrae todo tipo de visitantes, y casi en el otro extremo el conocido pub Tallarina, referente para el segmento más joven de la comarca. Y en estas últimas cinco décadas la población xalonera ha ido creciendo hasta que en el 2011 alcanzó el pico de 3.320 habiantes censados, aunque podría ser bastante mayor su población volátil, por aquello de que son muchos más los extranjeros que residen de manera más o menos fija o eventual en su territorio.

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